Contemplar la simetría perfecta de una flor, la inmensidad del cielo nocturno o la regularidad asombrosa de las migraciones animales es mucho más que un ejercicio de observación: es una experiencia de asombro que toca lo espiritual.
Charlotte Mason intuía esta dimensión trascendente. Por eso, en su libro Home Education (p. 79), recomienda que, en raras ocasiones y con reverencia, se diga al niño que una flor hermosa o un árbol espléndido no solo son bellos, sino “un hermoso pensamiento de Dios”.
Esta perspectiva eleva la mirada del niño: de la criatura al Creador. De la belleza natural a la Belleza con mayúscula, que es origen y fin de todo lo creado.
Aprender a admirarse y a dar gracias
La admiración no es pasiva: es una actitud activa del alma que reconoce que todo lo que ve es don. Cuando un niño se detiene ante una telaraña perfecta, un atardecer dorado o el sonido del viento entre los árboles, está viviendo una experiencia profundamente formativa.
Podemos enseñarles a decir:
“Gracias, Señor, por esta maravilla.”
Un gesto sencillo, pero cargado de verdad. Chesterton decía que su camino hacia el catolicismo comenzó así: sentía la necesidad de agradecer por tantas maravillas… pero no sabía a Quién.
Enseñar a agradecer lo creado es educar el alma en la gratitud, la humildad y la alabanza.
Leer la naturaleza con los Salmos
La Escritura está llena de referencias a la creación. Especialmente en los Salmos, la naturaleza aparece como testigo y pregonera de la gloria de Dios:
- “Los cielos proclaman la gloria de Dios…” (Salmo 19)
- “Te vistes de luz como de un manto, extiendes los cielos como una tienda…” (Salmo 104)
Leer estos salmos con los niños al comenzar una caminata, o mientras observan el cielo o el mar, les ayuda a unir fe y realidad. Descubren que lo que ven ya ha sido contemplado, nombrado y alabado por generaciones de creyentes antes que ellos.
Educar en la Fe a través de la naturaleza
El contacto con la creación puede convertirse en un camino hacia Dios. No por ideas abstractas, sino por la experiencia concreta del asombro y la belleza. El método de Charlotte Mason favorece este tipo de educación: una educación que forma la mente y el alma al mismo tiempo.
Cuando enseñamos a un niño a contemplar una flor, a admirar una nube, a escuchar un pájaro y dar gracias, estamos sembrando en él una disposición profunda hacia la adoración, la gratitud y la contemplación. Estamos, en el fondo, formando adoradores.
Educar en la belleza: una misión sagrada
No hay mejor regalo que podamos hacer a nuestros hijos que enseñarles a ver el mundo como obra del Creador. El estudio de la naturaleza no es solo una parte del currículo: es una puerta abierta hacia lo eterno.
“Otra cosa que ella hará, pero muy raramente, y con tierna reverencia filial: señalará alguna hermosa flor o algún árbol gracioso, no sólo como una obra hermosa, sino como un hermoso pensamiento de Dios.”
— Charlotte Mason, Home Education, p. 79
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