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Una práctica para los días difíciles: páginas matinales

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Sé que a algunas personas se les puede haber hecho larga la espera desde que anuncié que quería hablar de esta práctica, y lo entiendo, y lo siento mucho. Normalmente, escribo las cosas con un mes de antelación, despacito, a ratos, como todo lo que hago desde que soy madre. Pero el post sobre madrugar y este de hoy los he escrito casi en directo, por eso no llegaron enseguida. Tardo en dar forma a lo que quiero compartir, pero siempre lo hago con cuidado, porque me importa de verdad. Y este post me importa especialmente.

Hay otra cosa que os quiero contar, y creo que es buen momento para hacerlo: estoy embarazada. Estoy muy feliz y agradecida, pero también estoy atravesando estos primeros meses en los que las náuseas, el malestar y el cansancio van de la mano con un bebé de un año que no para en cuanto se despierta. Todo eso ha hecho que tenga que ser aún más consciente de cómo uso mi energía, cómo reparto mi tiempo, y cómo preparo nuestro hogar para acoger, poco a poco, a este nuevo miembro de la familia. A veces eso implica escribir más lento, hablar solo cuando tengo algo realmente importante que decir, o decidir que una idea puede esperar. Pero esta no quería que esperara más.

En aquel post sobre madrugar os dije que no se lo recomendaba a todo el mundo, y hoy quiero repetirlo con más fuerza: no es una buena idea forzarse a madrugar cuando uno está atravesando una mala racha. Cuando te sientes constantemente defraudado por ti mismo, o vas arrastrando un cansancio emocional que no sabes muy bien de dónde viene, hay gestos que no ayudan, por mucho que suenen inspiradores. Y sin embargo, sí hay cosas pequeñas que pueden sostenerte sin agotarte más. A mí me ayudó mucho una práctica concreta, que mencioné solo de pasada. No entré en detalle porque no quería extenderme, pero dije que hablaría de ella si alguien la necesitaba.

Y la necesitaban. Me llegaron muchos mensajes después de aquel post. Muchos más de los que imaginaba. Personas que me contaban, con una confianza que agradezco, que se sienten removidas por dentro, tristes sin saber por qué, muy cansadas. Algunas viviendo pérdidas, transiciones, momentos de soledad o incertidumbre. Varias con ansiedad diagnosticada. Otras simplemente con esa sensación de estar desbordadas sin un motivo concreto. Cada mensaje me tocó, y después de contestarlos despacio, uno a uno, supe que tenía que escribir esto cuanto antes. Por si puede servir hoy, no dentro de un mes.

Esta práctica la descubrí hace años, cuando leí El camino del artista, de Julia Cameron. Yo no lo leí con grandes expectativas, solo con curiosidad. Me gustaba salir a pasear y fijarme en las cosas bonitas, o reservar un rato de la semana para hacer algo bello con las manos. Pero lo que de verdad se quedó conmigo fueron las páginas matinales. Ella las propone como una herramienta para dar espacio a lo que llevamos dentro, y fue exactamente eso lo que hicieron por mí (aunque ella lo enfocaba hacia el lado artístico). Empecé a escribirlas sin ninguna pretensión, solo porque lo proponía el libro. Pero continué porque me ayudaban. Y no poco. En esa época me sentía muy revuelta por dentro, y escribir me aligeraba. No era tanto que encontrara soluciones, sino que por fin me daba permiso para soltar el peso que llevaba. No hacía falta que nadie lo leyera. Solo necesitaba escribirlo (y aunque no lo parezca, yo no soy de escribir ni tengo ese don: me fuerzo con disciplina a ello).

Las páginas matinales consisten en escribir a mano, nada más despertarte, tres páginas en un cuaderno. No hay que escribir bonito, ni con sentido, ni con buena letra. Se trata de sentarte y dejar salir lo que venga. Incluso si lo único que puedes decir es: “no sé qué escribir”, y repetirlo veinte veces. Lo importante es no parar. Porque llega un momento, sin darte cuenta, en que empiezas a decir cosas que sí necesitaban salir. Y que muchas veces solo el tenerlas dentro ya es lo que está provocando parte del malestar. Al salir, se va. Una preocupación que no sabías que tenías. Un recuerdo que aún duele. Una emoción que estaba atascada. Algo empieza a desanudarse.

No os voy a engañar: cuesta. No es una práctica cómoda ni instantánea. Lo difícil no es tanto escribir, si lo intentáis lo veréis: lo difícil es sentarte y empezar. Pensar “venga, me voy a poner” cuando el cuerpo lo que quiere es cualquier otra cosa, especialmente cosas pasivas porque no tiene fuerzas de ánimo. Pero si consigues vencer esa primera barrera, si no lo piensas demasiado y simplemente lo haces, estoy convencida de que vas a sentirte un poco mejor después. Muchas personas me han dicho que les pasa igual. Que no saben explicarlo del todo, pero que al escribir así —sin filtro, sin juicio, sin buscar nada concreto— terminan el día más en paz. Porque, aunque no solucione todos tus problemas, sí te vacía un poco por dentro. Y eso, en los días difíciles, es mucho.

No es una fórmula mágica, claro. Si existieran soluciones milagrosas y rápidas para la ansiedad, la tristeza o el agotamiento interior, ya las conoceríamos todas y nadie se encontraría mal. Pero lo que suele funcionar de verdad es eso que requiere un pequeño esfuerzo. Uno que a veces no apetece, pero que merece la pena intentar. Y esta práctica es así. Un esfuerzo corto, pero real. No necesitas nada más que media hora y un cuaderno. Y aun así, lo sé: da pereza solo de leerlo. Pero te animo de corazón a que lo pruebes. Aunque sea solo una semana. No pierdes nada. Y tal vez te encuentres a ti misma en el proceso.

Yo, con el tiempo, empecé a vivir estas páginas como una forma de oración escrita. No es algo planificado ni formal. Solo una conversación muy sencilla y verdadera. A veces cruda. Otras veces luminosa. No escribía para encontrar respuestas, sino para hablar con Dios desde donde estaba, sin adornos. Y eso, poco a poco, va poniendo las cosas en su sitio. Acomoda el alma.

Si estás en una etapa muy exigente —como tantas madres que me escribís— y no puedes encontrar media hora seguida, haz lo que puedas. Una página y media. A ratos. Con interrupciones. No pasa nada. Pero hazlo. Escríbelo en hojas sueltas si hace falta. En cuanto puedas por la mañana, para que el día no se te eche encima antes de haber respirado.

Y una cosa más: estas páginas son tuyas. Solo tuyas. Nadie tiene derecho a leerlas, salvo que tú quieras. Pero es muy importante dejar esto claro para que seas capaz de quitarte todas las máscaras y sincerarte con lo que hay dentro de ti. Puedes guardarlas, romperlas, tirarlas. Lo importante es que te sientas libre de escribir todo. Con sinceridad total. Incluso contigo misma, que a veces es la parte más difícil.

Ojalá esto le sirva a alguien. No puedo haceros promesas, pero sí puedo compartir lo que a mí me ha hecho bien. Y si tú también estás viviendo una etapa pesada, si el día se te atraganta ya desde que empieza, si notas que algo dentro de ti necesita un hueco para poder salir… prueba. Dale una oportunidad. Con cariño, con calma, sin exigencias. Y con la esperanza de que, al otro lado del papel, haya un poco más de paz.

Gracias por estar aquí y por confiarme lo que lleváis dentro.
Un abrazo grande, todo mi cariño, y todo mi ánimo.
Alicia


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